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20 años después…

Aunque la vida y el tiempo nos habían separado, no fue difícil reconocerlos, aquellos días en la universidad nos lograron vincular profundamente, y eso no lo cambiaría ni las canas, las libras extras, o los acentos ya muy cambiados por los nuevos usos.
Las anécdotas viejas nos llevaron de regreso en el tiempo, y en solo minutos nos sentimos tan cercanos como siempre.
Luego comenzamos a hablar de nosotros…

—Un viaje de trabajo me llevó a Dubai —comenzó Marcos—. Decidí quedarme a vivir allá, y en no mucho tiempo las creencias de mis amigos musulmanes llamaron mi atención y decidí seguirlos. Pero me sentí juzgado por muchos de los que antes conocía.

—Al terminar la Universidad me fui a vivir Camboya —continuó Ariel—, descubrí que las creencias budistas llenaban mi vacío espiritual. Cambié mi vida, mis costumbres. Pero me sentí juzgado por muchos de los que antes conocía.

—Mis convicciones sembradas por mi familia se acentuaron en el tiempo, y decidí fundamentarme en mi ateísmo —dijo Carolyn con tranquilidad—. Pero me sentí juzgada por muchos de los que antes conocía.

—Los collares que uso anuncian mi historia, raíces y creencias afrocubanas —siguió Jairo como peleando con sus lágrimas que insistían en salir—. Honro a mis ancestros de esta forma. Pero, así como ustedes, me sentí juzgado por muchos de los que antes conocía.

—Estudiando mi segunda carrera, algunos amigos cristianos me hablaron de Jesús —les dije—. La Biblia se convirtió en mi libro, y quise ser bautizado para seguirlo. Y sí, también me sentí juzgado por muchos de los que antes conocía.

—Al hurgar en mi historia, mi árbol genealógico, descubrí mis raíces judías —siguió hablando Aron—, las abracé y desde entonces llevo agradecido mi kippah. Pero tristemente me sentí juzgado por muchos de los que antes conocía.

Entonces nos abrazamos, y aceptamos que también habíamos juzgado a los otros. Comprendimos que era posible hablar en libertad y sin juicios, porque nuestra amistad precedía a nuestras creencias. Comprendimos que cuando amamos somos capaces de abrazar sin juzgar. Aceptamos que solo juzgamos a aquellos que desconocemos. Ese día no comenzamos un movimiento ecuménico, ni cambiamos nuestras creencias personales, pero disfrutamos la compañía de todos, y aprendimos los unos de los otros, escuchando agradecidos, cosas que jamás habíamos aceptado escuchar.
Comprendimos que el amor nos vincula.

YGC

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