Desarraigados…

Se desarraigó a sí mismo, en un esfuerzo doloroso tiró de sus propias raíces. Le tomó tiempo, pues los vínculos con la tierra no eran solo cuestión de costumbres y modos, sus raíces se habían entrelazado con otras, hijas de troncos nuevos y viejos, atadas a raíces muy vivas y a otras no tanto, estas últimas más bien secas, que pertenecieron a troncos que alguna vez presumieron de sus hojas. Raíces mustias, mantenidas gracias al abrazo recio de las vivas.

Historias añejas de otros árboles, que cobraban vida solo si eran contadas insistentemente a fin de protegerlas. Historias que se perderían si se desarraigaba.

Pero tiró con fuerza y se descubrió a sí mismo llevando una maleta cargada de raíces. Entonces aprendió a replantarse; más al sur, más al norte, y descubrió que cada tierra le aportaba color a su follaje, y que las cosas se veían diferentes desde otros bosques, de quienes aprendió lo mucho y lo poco, lo tonto y lo importante, lo viejo y lo nuevo, lo grande y lo pequeño. Y se sintió parte de cada bosque en el que se plantó.

Entonces comprendió aquella especie de cultura del bosque, una que los hacía muy similares en su esencia, aunque diferentes en su forma, porque todos querían demostrar que su bosque era el mejor en algo, el primero de algo, el creador de algo, o el superior en algo.

Todos discursaban acerca de los otros bosques, aquellos que nunca habían conocido, porque jamás se animaron a desarraigarse para plantarse entre ellos y conocerlos desde sus raíces.

En cada bosque, tanto al sur como al norte, al este o al oeste, la “opinología”, (aunque no como una ciencia reconocida en la Cultura del Bosque), era la más practicada.

Descubrió que la competencia se trataba acerca de qué árbol había crecido más, y no de a cuántos pudo abrigar cuando hubo tormenta. Que los de tronco leñoso, por ejemplo, escribían largas enciclopedias para demostrar que ellos eran más útiles que aquellos de tallos herbáceos y flexibles.

Descubrió, además, que todos los bosques hacían la misma sombra, porque a todos los iluminaba el mismo sol, pero por alguna razón (quizás cosa de árboles) ellos se enfocaban más en sus propias sombras, que en el sol que las generaba.

Todos compartían la misma tierra, solo que sus raíces no llegaban tan profundo como para tocarse entre sí, pero la tierra, en cambio, se encargaba de conectarlas.

Entonces comprendió que si miraba al bosque desde arriba, muy arriba, desde allá, desde donde los miraba el sol, entonces no eran muchos bosques, sino uno solo. Uno grande y diverso, con colores, formas y costumbres que le quitaban la monotonía y el aburrimiento.

Entonces ya no lamentó su desarraigo, en lugar de ello se sintió afortunado, y decidió vivir para contarle a cada árbol, que el bosque era mucho, pero mucho más grande de lo que ellos pensaban.

YGC

Pintura: Aeropuerto Tocumen
Exposición #RefugiArte
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Yo tuve una Isla…

Yo tuve una Isla… una Isla donde viví percibiendo el olor del agua salada, donde aprendí a caminar por la arena sin temor a mis caídas, sintiendo muy temprano el sabor de la sal en mi boca.
Yo tuve una Isla donde perseguía cangrejos, y me escondía bajo las montañas de arena, olvidando el color original de mi cabello mal cortado y de mi piel quemada por el sol.
Yo tuve una Isla donde disfrutaba poder correr descalzo, libre y sin preocuparme por cruzar el límite de mi vecino que vivía sin límites.
Yo tuve una Isla en la que fui feliz, una Isla en la que lo tuve todo. Donde pasar la noche afuera, lo más peligroso, podría ser la molestia de los mosquitos sedientos.
Yo tuve una Isla en la que el horario para cenar no era problema, porque si la tía había terminado su cena, ella ponía un plato para mí en su mesa y desde la ventana le gritaba a mi madre que yo ya estaba cenando.
Yo tuve una Isla, en la que el baño del día podía ser en el mar, el río, o bajo la lluvia.
Yo tuve una Isla en la que dormía con mis hermanos en la misma cama, y nos cobijábamos con la misma sábana. Y nos íbamos a dormir temprano, porque no había televisión y el mejor momento de la noche eran las dos horas de chistes y cosquillas antes de dormir, o las largas historias de papá que él nos contaba una y otra vez y nunca nos parecieron aburridas.
Yo tuve una Isla y era perfecta. Una Isla donde fui feliz, porque las cosas no eran importantes, y menos aún, necesarias.

Yo tuve una Isla y la perdí, una hermosa Isla que arruinaron con estúpidas ideologías, con conceptos totalitaristas, coerción y tristeza.

Yo tuve una Isla, mi Isla, la mayor de las Antillas… Mi Cuba…

Una Isla a la que no quiero volver, porque ya no existe…

YGC

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El Fragmentado.

… Y se fue… se fue así sin querer irse… porque lo empujaba un sueño, tres frustraciones, un grupo de políticos, una billetera vacía y algo de curiosidad. También lo empujó su fe y aquellas 249 fotos que trajo su primo.
Y se fue… aunque en realidad no lo hizo, solo se envió muy lejos a sí mismo para escapar, y quedó abrazado a lo suyo, mirándose las espaldas mientras se iba… y se gritó muy fuerte:

-¡Vuelve pronto!

Y ya no tan fuerte se siguió diciendo:

-Vuelve cuando todo esté bien, cuando hayas alcanzado lo que vas a buscar… pero vuelve…

Y desde entonces se partió en dos, se dividió, se fragmentó desde aquel día. Ahora solo trabaja para juntar algo de dinero e ir a visitarse, y disfruta tanto del reencuentro que cundo se están terminando esos días, ya está planeando el siguiente.

Y muchos lo critican porque gasta su dinero en el mismo viaje sin sentido de cada año, pero ellos no entienden, porque ellos quizás no son de los fragmentados… ellos no entienden que ese viaje no es para ver a su gente, ese viaje recurrente es para verse a sí mismo…

YGC

El día en que murió Fidel.

El día en que murió Fidel, era… Un día cualquiera en la Habana.

Juan salió a la pequeña bodega de la esquina, en busca de aquel minúsculo pan que le vendían y que registraban cuidadosamente en una tarjeta, evitando así la duplicación de la venta diaria.

-Este es un gran logro de la Revolución. -me dijo Juan- (Realmente, no sé si fue una ironía o… a veces es muy difícil comprender a los cubanos).

-En Cuba, todos tenemos derecho, a por lo menos el pan de cada día- continuó hablando con cierta frustración en su voz.

Él me dijo que era pan, pero yo no estaba seguro de que lo fuera, se veía duro, compacto y seco. El tendero lo sacó de una caja (no muy pulcra) y lo tomó con la misma mano (sin guante) con la que lo vi rascarse debajo de su camisa.

-Así que murió el Comandante- Dijo el flaco personaje con voz cuasi serena.

-Sí- Contestó Juan, sin apartar la mirada de su pan alienígena; y salimos.

De regreso a casa, allí estaban los habituales jugadores de dominó, discutiendo la última jugada de Pedro, quien había ocultado el 6/5, para cerrar con «capicúa».

En cada casa, casi sin excepción, se escuchaba la radio o la TV con el único tema del día: “Fidel ha muerto”… pero algo raro pasaba con la gente… casi nadie hablaba… y quien lo hacía, parecía estar participando de una obra de teatro, en la que lloraban la muerte de Nerón.

YGC