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Otra sosa tarde en Starbucks.

Starbucks se convertía en el mejor lugar… café a veces bueno, y a veces solo café.

Gente con rostros amigables… Pero distantes, sin hablarme… Y es genial, no me gusta que me hablen. Me cansa la gente con preguntas tontas que escarban una conversación superficial que a nadie importa.

En la mesa apartada de la esquina, la del fondo a la izquierda, está la niña de uniforme verde, con zapatos de varón gigantes y el pelo revuelto… ¡¿Cuándo fue la última vez que se peinó?! Pidió el café más barato y obtuvo la excusa perfecta para estar allí sentada toda la tarde mirando su teléfono celular… Evidentmente no quiere llegar a su casa, o nadie la espera, o ambas… Quizás no es nada de eso, pero en fin… ¿a quién le importa?

A la derecha, en el asiento más cómodo del Café, está el señor moreno de cabeza rapada. La corbata roja con dibujitos de Walt Disney denuncia su pésimo gusto. Él estuvo sonriendo con alguien todo el tiempo a través de su laptop.

Del otro lado del vidrio, justo frente a mí, está aquel, con cara de escritor frustrado, que «tipea» sin frenos en su laptop del siglo pasado, como convencido de que esta será la obra que lo sacará de sus miserias.

La pareja del frente no podía pasar inadvertida… Uno de ellos, prolijamente vestido, hablaba todo el tiempo reclinado en su asiento, demostrando triunfos y virtudes a su interlocutor. Mientras este, con un poco de sobrepeso y vestido al mejor estilo “Goodwill” le miraba atento como queriendo llegar, un día, a ser como él.

Los ancianos detrás de mí apenas hablan, pero a veces les escucho reír.

Y mientras… Yo corrijo el libro que me regresó mi editor con tantas glosas rojas como quiso el tipo… Algunas tontas, según yo, pero importantes según él… Pero es mi libro y yo decido… Y pienso, y sueño, y me enamoro de mi próximo bebé, y lo releo y creo que a todos les debería gustar como a mí… Eso pienso y eso hago… Esa es mi tarde en Starbucks.

¿Pero qué pensarán ellos? Qué pensará la niña de verde, el moreno de cabeza rapada, el escritor frustrado, el ejecutivo arrogante y los ancianos a mi espalda… Pues quizás nada solo es una tarde en Starbucks, es América donde a nadie le importa la vida del otro…

¿Me preguntas qué es lo peor? Pues que esta patética vida me sedujo…

YGC

Meditando sobre la meditación.

Espiritualidad, disciplinas espirituales, crecimiento espiritual, etc. Términos como muy a la moda en muchos ámbitos, no necesariamente religiosos. Y junto a ellos, casi como una compañera de viaje, suele encontrarse a la meditación.

Y en este sentido, quizás no es una palabra que surja del estudio profundo, concienzudo o intencionado de la Biblia. Quizás solo surge de la necesidad, de una necesidad profunda del alma que invita a la conexión.

O quizás es una respuesta condicionada por el escuchar constante de las voces de aquellos que insisten en la conexión con Dios o algún ser superior, a través de métodos, vías, o canales que lo faciliten.

Pero de alguna manera la meditación, en cualquiera de sus formas, ha trascendido al tiempo, las culturas y las religiones. Y es justamente eso lo que la vuelve tan interesante, y la coloca en el foco tanto de los que la atacan, como quienes la veneran, casi como el fin mismo del crecimiento espiritual.

La meditación forma parte de esa escasa lista que vincula, de alguna manera, a las religiones del mundo. Y ese es quizás el motivo por el cual muchos la miran con desconfianza, recelo y hasta rechazo. Porque se suele asumir que si algo es parte de alguna práctica de personas o grupos que desaprobamos, debería ser inaceptable, convirtiéndose automáticamente en algo malo, y luego, cual si fuera un acusado en su banquillo, le dejamos sin derecho a la autodefensa.

Por tal motivo en estas letras les propongo quitarnos la mochila de los prejuicios, esa mochila que solemos llevar cargada de preconceptos instalados por el tiempo y las personas que nos han rodeado (o moldeado quizás). Mochila muy peligrosa por cierto, pues siendo carga innecesaria suele cansar a quien la lleva, haciendo del viaje que pudo ser placentero y feliz, una peregrinación penosa y limitada.

Entonces, luego de haber colocado la mochila a un lado y sintiéndonos ligeros de equipaje, vamos a regalarnos la oportunidad de pensar. Pensar, ese sublime derecho otorgado por el creador mismo y tan poco utilizado en nuestra cotidianidad. Pensar que quizás la acusada (Meditación) es víctima de una muy mal intencionada propaganda. Víctima de interpretaciones personalistas, o muy pendulares, que se pasean de un extremo al otro del espectro, sin dejar espacio al balance o al equilibrio.

Es por ello que, en este sentido, no me propongo convencerte de nada, solo de pensar, buscar información y reflexionar sobre esto que, quizás, pueda ser un medio útil para acercarnos a aquel poder que le da sentido a toda nuestra existencia, a ese ser al que muchos llaman Dios.

Partamos de alguna definición que le dé un poco de dirección al tema que nos ocupa. De acuerdo con El Gran Diccionario de la Lengua Española de Larousse, en un sentido secular la “meditación” es la acción de pensar con detenimiento y reflexión, es también el pensamiento o idea que resulta de la consideración y estudio detenidos de una cosa. En el sentido religioso, la meditación es la forma de oración mental que consiste en la reflexión sobre un aspecto religioso. La misma fuente define “meditar” como la acción de pensar sobre una cosa con reflexión y atención, o discurrir con atención los medios para conseguir un propósito.

Notemos como el término “pensar” se vuelve casi recurrente al intentar definir la meditación. Insiste en la idea de ese pensar reflexivo y concentrado o atento acerca de algo.

Intentemos no utilizar las preconcepciones que aún permanecen en la mochila que decidimos poner a un lado. Aún no pensemos en energías, canales de comunicación, posiciones, inciensos, velas, pensamientos trascendentales, etc. Solo en el significado mismo del término. En esa acción consciente de pensar con atención con un objetivo determinado.

Considero que la desatención nos lleva a la pérdida desapercibida de infinidad de momentos y oportunidades. Esa desatención trae consigo la distracción, y la distracción, por su parte, degenera en la deslocalización de los objetivos y metas.

La velocidad de nuestro mundo no ofrece una invitación abierta a detenerse para estar atentos a pensar nuestra realidad. Un Individuo que se detiene a pensarse a sí mismo, a reflexionar sobre su realidad, a prestar atención a lo que le rodea, obtendrá múltiples ventajas y de hecho se habrá convertido en un individuo que medita. Así que ya tenemos un punto de partida, un primer paso. De hecho, todo lo que he estado haciendo mientras escribo no es otra cosa que meditar sobre la meditación. Meditar en el sentido literal de la palabra. Y he descubierto que estar atento es todo un proceso apasionante de reflexión constructiva.

Pensemos por un momento en una cristiandad atenta, una cristiandad presente y pensante. Una cristiandad reflexiva ante su realidad. ¿Qué crees que pudo haber pensado Jesús cuando en su magistral “Sermón de la Montaña” dijo: “mirad las aves del cielo…” (Mat. 6,26), o “considerad los lirios del campo…” (Mat. 6,28) o en aquella advertencia que comenzaba con la frase: “mirad que nadie os engañe…” (Mat. 24,4) ¿Por qué esa invitación a “mirar” estaba tan presente en los dichos del Maestro? ¿En qué crees que pensaba Salomón el sabio cuando escribió: “mira la hormiga oh perezoso…” (Prov. 6,6).

¿No te parece que estaban como gritando: ¡Hey, deténganse un momento y piensen! ¡Miren a su alrededor y piensen! ¡Apaguen la noticia y piensen! ¡Quítense la venda de los ojos y piensen! ¡Bajen el volumen del ruido y piensen! Parece como que gritaban ¡Hey, ustedes, los apurados de la vida, si, ustedes, estén atentos! Estén atentos a la oración que hacen, en lugar de solo parlotear frases aprendidas y huecas. Estén atentos a sus hijos que están siendo criados por las pantallas digitales. Estén atentos a sus padres que hace mucho no reciben siquiera una llamada telefónica. Atentos a los ojos de aquel que está enojado con la vida y necesita auxilio. Atentos para cubrir al que tiene frío, ayudar al que está caído, y cuidar del golpeado por la vida.

Si, meditar, meditar en el sentido más básico de la palabra, ese sería un buen comienzo. Estar atentos para amar al prójimo como a nosotros mismos, porque solo un atento descubre que tiene prójimos. Los autómatas defienden reglas y formas, los que meditan, ven personas, ven oportunidades, se ven a sí mismos, aprenden, y crecen.

Considero que repensar la meditación no solo se vuelve necesario, sino urgente.

YGC

Silenciado…

… Y le dijeron: — Habla.
Él quería hablar, disfrutaba hacerlo, y pensaba (muy para sí) que tenía cosas para decir; así que cuando le dijeron: “habla” pensó (ingenuamente) que podía hacerlo.
Entones se preparó. Leyó libros, muchos y diversos.
Hizo oraciones, largas y cortas.
Tomó cursos buenos, y otros no tanto.
Experimentaba esa mezcla entusiasta de nerviosismo y felicidad ante lo nuevo.
Entonces quien le dijo “habla” le pasó un discurso. Sí, así como lo lees, un discurso escrito por alguien, por otro, por un alguien, no sé si inteligente, pero con certeza poderoso, de esos apoderados del poder que suelen escribir discursos. … Y le dijo: —¡Habla!
Entonces ya no se sintió como una invitación, era lo más parecido a una orden.
Y él quedó debatiéndose entre lo que soñaba decir (ser) y lo que podría ser, según algunos, una oportunidad.
… Y volvió a decirle: —Habla (con voz casi angelical pero muy serio)…
Y él tomó el discurso, regresó a su casa, lo memorizó, cambió palabras sin cambiar ideas, y quienes escribían los discursos estaban tan felices, y le enviaban flores y le decían que llegaría muy lejos (quizás al lugar de los poderosos que escribían discursos)… solo que él nunca más habló, solo repetía discursos ajenos, y olvidó sus sueños, y se acomodó en y a los otros… y dejó de hablar y se conformó con repetir.

PD. No permitas que te suceda, sigue escribiendo tus discursos y atrévete a decirlo.

YGC

La Silla de Gibara.

… Mi universo, quizás pequeño, o básico para aquel que se siente vacío a pesar de haber llenado el suyo con lo mucho que hay para llenar.

Eso mucho que tiene que ver con cosas, sensaciones y lugares, pero tiene poco que ver con lo importante.
Ese vasto universo mío que me asombraba con solo pararme en la casa de La Loma y mirar una vez más aquella montaña a la que llamaban La silla de Gibara, y asombrarme nuevamente al preguntarme por qué siempre se veía gris o casi azul, cuando los árboles de mi patio eran verdes.

O por qué la lluvia siempre venía desde allá como una cascada que avanzaba desesperada sobre nuestras casitas de madera.
O por qué tenía ese nombre, porque para ser silla debía al menos tener cuatro patas, así como las viejas y poco sólidas sillas de la salita de mi casa. (Porque en ese entonces nadie me había dicho que a la montura del caballo también le llamaban silla).
Y quién podría decir que era de Gibara, si esa ciudad estaba muy lejos, allá del otro lado del mar, hacia el lado opuesto de aquella mi montaña favorita.

Y yo filosofaba sobre qué, por qué y para qué, y las respuestas de mi diálogo interno me entusiasmaban con historias fantásticas llenas de posibilidades.

Y me paraba sobre La Loma, allá en La Esperanza, y me sentía como quizás se sentía El Principito parado sobre su asteroide B-612, imaginando a dónde irían aquellos pájaros que regresaban en bandadas al atardecer, buscando lugar para dormir en los manglares, o por qué los patos peleaban con las alas en lugar de hacerlo con las patas así como lo hacían los gallos de pelea del abuelo.

Mi universo era demasiado grande como para necesitar más, mi curiosidad mucha al investigar por qué las hojas del caimito eran verdes de un lado y carmelitas del otro, o por qué las lagartijas cambiaban de color cuando se sentían perseguidas por nuestras trampas; y el asombro que me generaba aquel pañuelo de colores que salía de su garganta cuando intentaban llamar la atención de otra lagartija.

Porque a mi mente le era ajeno el necesito, el no tengo, el por qué ellos sí y yo no…

Entonces me hice  adulto…

 

YGC

Para la sopa cuchara, y para el arroz tenedor.

—Mantén la boca cerrada al masticar.

—No hables con la boca llena.

—Para la sopa cuchara y para el arroz tenedor.

Esas fueron las simples reglas de mamá.
Y todo iba bien hasta que crecí, y la complejidad comenzó a absorber a la simplicidad. El ser adulto venía acompañado con un enorme bulto de modos y formas que algunos le llamaban respeto, otros, buen gusto, y algunos, educación.

Una familia con cierto aire aristocrático y mucha tensión en los músculos faciales me invitó a cenar. De repente me vi frente a un mar de tenedores, cucharas y cuchillos.

Mamá me había educado para comer y disfrutar de la comida, pero mi forma respetuosa, pulcra y cortés en ciertos círculos no eran suficientes… y sentí que en aquella mesa lo más importante no era comer, sino especializarse en la forma de hacerlo, no se trataba de cuánto pudiera saborear el plato (con porciones muy pequeñas de hecho) sino de exigir los modos y la destreza de conocer los nombres y el orden en el protocolo. Parecía que la comida pasaba a un segundo plano, era una especie de excusa para sentarse a la mesa, porque el protocolo se había robado toda la atención.

Y quise nuevamente ser niño, y regirme por las reglas simples de mamá…

¿Qué nos sucede al crecer?

¿No sería mejor simplificar en lugar de complicar?

¿Realmente crecemos… o…?

YGC

El día en que murió Fidel.

El día en que murió Fidel, era… Un día cualquiera en la Habana.

Juan salió a la pequeña bodega de la esquina, en busca de aquel minúsculo pan que le vendían y que registraban cuidadosamente en una tarjeta, evitando así la duplicación de la venta diaria.

-Este es un gran logro de la Revolución. -me dijo Juan- (Realmente, no sé si fue una ironía o… a veces es muy difícil comprender a los cubanos).

-En Cuba, todos tenemos derecho, a por lo menos el pan de cada día- continuó hablando con cierta frustración en su voz.

Él me dijo que era pan, pero yo no estaba seguro de que lo fuera, se veía duro, compacto y seco. El tendero lo sacó de una caja (no muy pulcra) y lo tomó con la misma mano (sin guante) con la que lo vi rascarse debajo de su camisa.

-Así que murió el Comandante- Dijo el flaco personaje con voz cuasi serena.

-Sí- Contestó Juan, sin apartar la mirada de su pan alienígena; y salimos.

De regreso a casa, allí estaban los habituales jugadores de dominó, discutiendo la última jugada de Pedro, quien había ocultado el 6/5, para cerrar con «capicúa».

En cada casa, casi sin excepción, se escuchaba la radio o la TV con el único tema del día: “Fidel ha muerto”… pero algo raro pasaba con la gente… casi nadie hablaba… y quien lo hacía, parecía estar participando de una obra de teatro, en la que lloraban la muerte de Nerón.

YGC

Mi otro yo…

Hoy me encontré con mi otro “yo”. Me saludó tan amable como suele ser, espontáneo y positivo. Y sentí envidia de “él”…

Sí, ya me han dicho que es un sentimiento negativo y hasta nefasto, pero simplemente no pude eviatrlo.

Recuerdo cuando “él” era “yo”, cuando mi mirada apuntaba al futuro, cuando no tenía nada pero sentía que podía alcanzarlo todo. Y lo hice, lo alcancé, llegué a donde quería… pero el proceso me transformó en quien soy hoy… tengo lo que quería pero ya no soy “él”. Construí una vida, quizás “perfecta”, que se ha convertido en la pared mas gruesa que me aísla de quien era; un trabajo ideal que me ha comprometido socialmente, y no me permite disfrutar lo que antes quise…

Hoy soy el “yo perfecto”, amoldado por las circunstancias y transformado, domado, amaestrado… queriendo volver a ser “él”, pero paralizado, estático y cuasi inerte…

Leí que alguien, alguna vez, dijo que no era otra cosa que la “crisis de la segunda adolescencia”. Pero… ¿y si no le es? ¿Y si sólo soy… un infeliz?