Para la sopa cuchara, y para el arroz tenedor.

—Mantén la boca cerrada al masticar.

—No hables con la boca llena.

—Para la sopa cuchara y para el arroz tenedor.

Esas fueron las simples reglas de mamá.
Y todo iba bien hasta que crecí, y la complejidad comenzó a absorber a la simplicidad. El ser adulto venía acompañado con un enorme bulto de modos y formas que algunos le llamaban respeto, otros, buen gusto, y algunos, educación.

Una familia con cierto aire aristocrático y mucha tensión en los músculos faciales me invitó a cenar. De repente me vi frente a un mar de tenedores, cucharas y cuchillos.

Mamá me había educado para comer y disfrutar de la comida, pero mi forma respetuosa, pulcra y cortés en ciertos círculos no eran suficientes… y sentí que en aquella mesa lo más importante no era comer, sino especializarse en la forma de hacerlo, no se trataba de cuánto pudiera saborear el plato (con porciones muy pequeñas de hecho) sino de exigir los modos y la destreza de conocer los nombres y el orden en el protocolo. Parecía que la comida pasaba a un segundo plano, era una especie de excusa para sentarse a la mesa, porque el protocolo se había robado toda la atención.

Y quise nuevamente ser niño, y regirme por las reglas simples de mamá…

¿Qué nos sucede al crecer?

¿No sería mejor simplificar en lugar de complicar?

¿Realmente crecemos… o…?

YGC

El día en que murió Fidel.

El día en que murió Fidel, era… Un día cualquiera en la Habana.

Juan salió a la pequeña bodega de la esquina, en busca de aquel minúsculo pan que le vendían y que registraban cuidadosamente en una tarjeta, evitando así la duplicación de la venta diaria.

-Este es un gran logro de la Revolución. -me dijo Juan- (Realmente, no sé si fue una ironía o… a veces es muy difícil comprender a los cubanos).

-En Cuba, todos tenemos derecho, a por lo menos el pan de cada día- continuó hablando con cierta frustración en su voz.

Él me dijo que era pan, pero yo no estaba seguro de que lo fuera, se veía duro, compacto y seco. El tendero lo sacó de una caja (no muy pulcra) y lo tomó con la misma mano (sin guante) con la que lo vi rascarse debajo de su camisa.

-Así que murió el Comandante- Dijo el flaco personaje con voz cuasi serena.

-Sí- Contestó Juan, sin apartar la mirada de su pan alienígena; y salimos.

De regreso a casa, allí estaban los habituales jugadores de dominó, discutiendo la última jugada de Pedro, quien había ocultado el 6/5, para cerrar con «capicúa».

En cada casa, casi sin excepción, se escuchaba la radio o la TV con el único tema del día: “Fidel ha muerto”… pero algo raro pasaba con la gente… casi nadie hablaba… y quien lo hacía, parecía estar participando de una obra de teatro, en la que lloraban la muerte de Nerón.

YGC

Mi otro yo…

Hoy me encontré con mi otro “yo”. Me saludó tan amable como suele ser, espontáneo y positivo. Y sentí envidia de “él”…

Sí, ya me han dicho que es un sentimiento negativo y hasta nefasto, pero simplemente no pude eviatrlo.

Recuerdo cuando “él” era “yo”, cuando mi mirada apuntaba al futuro, cuando no tenía nada pero sentía que podía alcanzarlo todo. Y lo hice, lo alcancé, llegué a donde quería… pero el proceso me transformó en quien soy hoy… tengo lo que quería pero ya no soy “él”. Construí una vida, quizás “perfecta”, que se ha convertido en la pared mas gruesa que me aísla de quien era; un trabajo ideal que me ha comprometido socialmente, y no me permite disfrutar lo que antes quise…

Hoy soy el “yo perfecto”, amoldado por las circunstancias y transformado, domado, amaestrado… queriendo volver a ser “él”, pero paralizado, estático y cuasi inerte…

Leí que alguien, alguna vez, dijo que no era otra cosa que la “crisis de la segunda adolescencia”. Pero… ¿y si no le es? ¿Y si sólo soy… un infeliz?